martes, 21 de diciembre de 2010

Escribir es un acto de vanidad. Recordando al poeta Rafael del Castillo

El Festival Internacional de Poesía de Bogotá ha sido el norte para muchos poetas dentro y fuera del país. Allí, más que asistir al encuentro de la palabra o los autores, se va al encuentro con la gente, las cientos de personas que esperan cada año la celebración de la poesía como un bálsamo insustituible en sus vidas, a la magia de tantas voces recordándonos la alegría de ser hombres, amantes, dioses de universos...
Pero nada de esto es gratuito. Si no fuera por el poeta Rafael del Castillo, por su loable gestión, este evento hubiera desaparecido y muchos autores no tendrían ya ese espacio que ha sabido abrir como un encantado. 
No obstante, ¿quién recuerda al poeta Rafael del Castillo? Cuando digo esto,  me refiero al hecho de que nadie le devuelve la mano que él mismo tiende (aunque sé que no lo espera).  Poco lo vemos en encuentros literarios , alejado de la capital colombiana; o hablando de su obra, cuando menos. ¿Qué es lo que sucede? Indiscutiblemente la falta de apoyo a su labor, a su poética, deja mucho que desear de otros encuentros que se declaran autosuficientes o de otros autores que pierden día a día la memoria. Aunque es mejor decir que la megalomanía se está apoderando de las reducidas mentes de algunos organizadores que creen haber cogido el cielo con las manos. ¡Qué tristeza estar rodeado de esos cretinos!
Por eso, desde este blog, deseo volver a publicar esta semblanza del año 2004. Por eso hoy deseo que recordemos a Rafael del Castillo como el poeta que es, como el hombre que ha sabido llevar cultura por encima de estigmas, prejuicios o animosidades. Un abrazo, poeta, desde este hilo de agua que atraviesa la selva del Amazonas.

Semblanza de una conversación informal con el poeta Rafael del Castillo


Abril de 2004. Ulrika o el Festival Internacional de Poesía de Bogotá, además de su reconocido trabajo poético Canción desnuda (1985), El ojo del silencio (1985), Entre la oscuridad y la palabra (1990), Animal baldío (1998), Pirómana (2004), entre otros, es suficiente carta de presentación de este poeta inmerso en las aguas mansas bíblicas; extraño y endiabladamente bohemio, irreverente en sus ideas hasta la saciedad, y como dice María Antonieta Flores cuando se refiere a su obra “revela una voz que no teme desnudarse implacablemente, mostrar los vericuetos y fantasmas que lo asaltan evocando furia y destrucción, pero encontrando la salvación en el mínimo gesto de lo humano…”. Pero queda el hombre, aunque el hombre va unido íntimamente a su palabra como un código de honor; pero eso no termina por descifrarlo, se necesita acercársele, hablarle, sentirle la respiración agitada por la defensa de sus ideas.

El saludo en la Casa de Poesía Silva es breve, como si fuéramos dos desconocidos u hombres sin memoria (años atrás nos habíamos conocido en una Feria del Libro en Pereira); sin embargo, después vino el reconocimiento que trae la tierra caldense y una invitación muy informal, muy suya, de reunirnos en su casa. El taxi nos lleva a un modesto edificio de cuatro apartamentos pequeños, pequeñísimos. Me dice que el suyo es el último, y desde allí, con el dedo, señala el lugar donde vivía María Mercedes Carranza, unas calles más abajo: María Mercedes su amiga, la bella que añora, su ángel de la guarda, la hierva en sus grietas. Es allí, en ese reducido espacio que habita, donde se desarrolla una charla no sólo de poesía sino de la gente que lo rodea, de su furia con el mundo, de sus detractores, de su ambiente de trabajo, de Ulrika, del Festival, y sobre todo de una confesión que ya se percibía en el ambiente: soy alcohólico.

–Mire hermano –me dice con una voz temblorosa –en general tengo tropiezos con la gente porque no soy una persona fácil; yo tengo problemas, lo sé, por mi alcoholismo, por mi pedantería que dicen que tengo; yo no sé cómo soy, no tengo ni idea, en lo posible pretendo ser fácil para la gente, tengo muchos enemigos por eso…

Entonces en un acto de humildad y de cofradía me pregunta que si me ha parecido molesto, áspero, incómodo. Y así va hilvanando una conversación que deja ver al hombre, que traza algunos de sus miedos y muchos de sus rencores, y lo hace no para parecer menos pretencioso sino porque siente que así es.

Conocer un poco del Rafael del Castillo hombre, es algo que no muchas personas pueden lograr porque, incluso desde la provincia, se tiene una concepción suya nada favorable, de poco aprecio por ser una persona difícil, de círculos muy cerrados, donde no quiere a nadie y nadie lo quiere a él; pero como dice María Antonieta, empieza a encontrar “el mínimo gesto de lo humano”, una reconciliación propia; él lo sabe, lo reconoce así no lo acepte literalmente, porque habla sin reservas de sus “enemigos” que lo acusan inclusive de vivir en la opulencia, por eso me enseña el lugar donde vive: una pequeña cama en un cuarto común y corriente de segunda planta, nada ostensible, el computador y los libros donde se gesta Ulrika y el Festival de Poesía, y la estufa donde sobresale una vasija para preparar café, si acaso; y también habla sin reservas de su familia, con dolor, con orgullo, como un hombre que ama de verdad.

Precisamente una de las cosas que más expresa con nostalgia es la separación de su esposa y sus dos hijos: “Fue por mi alcoholismo”, dice. “Ni siquiera la poesía tuvo que ver”. Entonces uno encuentra una razón más del dolor en sus textos, de su ser y no ser en un desarraigo terrenal, total, de desprendimiento y de clamor, como el que se percibe en Ordenanza:

Viento
bárreme el corazón
que está de negro
que está enfermo
y rabioso y
delirando

Afuera basuritas
Hojas secas
afuera
afuera
ayer
o
aguja

Viento
bárreme el corazón
que como duele
que está sordo y
sombrío y
silencioso

Viento
aviva
la llama del hogar
sopla
sobre mi verbo de la mala
quítame allá esas pajas
y éstas
y éstas

–Soy poeta y alcohólico, endiabladamente alcohólico –repite una y otra vez como para dejar claro su paso por este mundo.
Y yo le creo.

http://www.laotrarevista.com/2009/08/aires-viciados-rafael-del-castillo/

lunes, 6 de diciembre de 2010

Entrega del Premio Bienal Nacional de Novela "José Eustasio Rivera"

Con orgullo, deseo contarles que la entrega de la XII Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera, donde fue premiada mi obra El juego de Archer, tuvo lugar el pasado 1 de diciembre, en Neiva, con la participación de los escritores finalistas Hernán Estupiñán y Jairo Restrepo Galeano; el director de la Fundación Tierra de Promisión, Guillermo Plazas Alcid y sus demás miembros; y las autoridades departamentales y municipales. Quedo altamente agradecido con unos y otros, porque allí demostraron que la palabra tiene valor, que se respeta a los autores, y que hay un calor humano demasiado acogedor.


En estas direcciones pueden consultar más información.